Abres tus redes sociales y te encuentras con el video de un autobús
arrollando a dos policías. Días antes presencias numerosos linchamientos,
incluido uno donde la gente camina tranquilamente al lado de un hombre en
llamas.
En televisión ves cómo se aprueban leyes necesarias, pero otros poderes
anulan las mismas y no pasa nada. Pacientes mueren en los hospitales mientras el gobierno se niega a recibir medicinas
provenientes de afuera, mientras que, por su parte, los transportistas
necesitan aumentar los precios del pasaje porque no hay repuestos, pero la gente
no puede costear el incremento, pues el bolsillo no aguanta dicho gasto.
La inflación te agobia a ti y a tu familia. Las conversaciones de grupos de
whatsapp se hacen cada vez más angustiosas, narrando cómo el sueldo no alcanza,
cómo las colas para comprar son insoportables, y cómo los saqueos ocurren aisladamente.
Tampoco escapan a las mismas los constantes apagones, los cortes de agua, y los
permanente anuncios de “Saquen a Fulanito, le robaron el celular”.
Ni siquiera la
Vinotinto mayor puede darnos una alegría, y solamente un grupo de chicas adolescentes
fueron, al menos por un breve período de tiempo, capaces de darnos una bocanada
de aire fresco ante lo sofocante que resulta nuestra realidad.
Sales a la calle
de regreso a tu casa, y si ya son las 7:30 PM (aunque quisieras haber llegado
antes que caiga sol) el asfalto se encuentra desoldado. Las vías están vacías
al anochecer, y ya no sabes si debe a que la gente no tiene dinero para salir,
si es por temor al hampa común, por miedo
a que un conflicto de dimensiones superiores estalle, o por una macabra
combinación de las tres.
Por fin llegas a tu hogar y sientes que algo está a punto de reventar, pero no
sucede nada. Sientes que esto ya no aguanta más, pero aun así aguanta. ¿Qué
demonios hace falta para que algo suceda? , te preguntas de vez en cuando en
medio de una sensación de angustia que nada te agrada.
Decisiones. Eso es
lo que hace falta en el país.
Sin embargo,
nadie parece querer tomarlas. Por tanto la pregunta de rigor pasa a ser: ¿Quién
se supone que debe tomarlas?
Por un lado, el gobierno no toma
decisiones. Podríamos intentar hacer un análisis frío sobre por qué no lo hace,
y pensar que siempre han evadido asumir el costo político que implicaría
tomarlas. Pero francamente, a esta altura, ya poco importa. Nos han llevado a
un punto irreversible, y su clara voluntad de no querer cambiar hace que
debamos girar la mirada a otro lado.
En la otra acera nos encontramos los demócratas. Ocupamos ahora una
posición de mayor legitimidad y poder que aquella que ostentábamos antes del 6
de diciembre. Pero también hay que recordar que la gente tiene altas
expectativas, y parecemos proponer cambios únicamente a través de la asamblea,
a veces olvidando que hay todavía otros 4 poderes bajo la tutela del PSUV que
buscarán inteligentemente anular al poder legislativo.
Pero si bien el gobierno ha decidido no decidir sobre materia alguna, no podemos
nosotros seguir el mismo camino. La ausencia de dirección y decisiones tiene a
Venezuela a la deriva, y un país en crisis no sale de la misma gracias a la
inercia, sino gracias a la acción determinada de sus actores políticos, quienes
deben aprovechar las coyunturas para salir adelante.
¿Qué hacer? Podría ser la pregunta de un lector ingenuo, o quizá incluso un
actor político genuinamente sobrecogido por lo complejo de la crisis. Quizá no
hemos tomado decisiones porque no sabemos a ciencia cierta qué hacer.
Creo, sin embargo, que la ausencia de decisión no se debe al desconocimiento
de caminos para el cambio. Se debe más bien al temor de asumir las
consecuencias de transitar dichos caminos. Y es que parece evidente que hay un
asunto urgente sobre el cual debemos decidir: hay que canalizar el malestarsocial.
Menciono que hay temor a las consecuencias, porque los caminos para tomar son,
en realidad, bastante desagradables, todos con sus negativas consecuencias.
Quizá haga falta protestar organizadamente, lo cual nos recuerda a años pasados.
Quizá haga falta tender puentes con actores políticos clave del otro lado, lo
cual nos llevaría a posiciones pragmáticas incómodas. Pero lo cierto es que no decidir nos llevará a consecuencias
mucho peores que cualquiera que nos pueda traer una decisión consciente y
responsable.
Al mencionar esto, no quiero entrar en debates sobre si lo hecho en 2014 y
2002 fue acertado o no. Si quieren, incluso, puedo admitir que fue un fracaso. Pero
sin duda alguna no podemos permitir que hechos del pasado determinen nuestra
forma de actuar ahora, pues las condiciones de hoy son profundamente distintas.
Si no tomamos decisión alguna, la explosión social terminará por llegar. Y
por los niveles de angustia, sociopatía, odio, resentimiento, y anomia que se pueden
ver en la calle, de verdad no quisiera eso para mi país. Los hechos pueden
salir de control, y las consecuencias pueden ser peores de lo que cualquiera
puede imaginar.
Quizá algunos desean que eso suceda, porque así se liberarían de la
responsabilidad de llevar a cabo acciones que fuercen el cambio, y por eso
parecen no decidir. Que pobre ejemplo de liderazgo le estarían dando al país al
actuar en forma tan irresponsable.
Sé que no es fácil estar en dicha posición, pues tomar decisiones es de lo
más ingrato que tiene el liderazgo, mucho más cuando se tiene semejante responsabilidad
sobre las espaldas. Además, soy consciente que resulta cómodo para mí decir
esto sin estar en los zapatos de quienes sí deben decidir cursos de acción.
Sin embargo, también soy consciente que ha llegado un momento histórico que
no podemos dejar pasar.
Es hora decidir.
Se los pide
encarecidamente un compatriota temeroso de que lo peor pueda llegar a suceder.
Atentamente,
Roddy Enrique
Rodríguez
Ciudadano
venezolano
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