domingo, 31 de agosto de 2014

Un nuevo terreno de lucha (No todo está perdido)

Hoy fue un día particularmente triste en mi casa. 

Ignacio, mi sobrino de 8 años quien nació y creció en esta morada, partió a casa de sus abuelos en Barquisimeto para luego tomar rumbo a Houston, donde pasará a vivir junto a su padre de ahora en adelante.

Poco después que Ignacio entró en el carro de sus abuelos y partió, mi familia y yo regresamos a casa. Abrimos la puerta del edificio, marcamos el ascensor y esperamos por el mismo en medio de frases cliché. Al  abrirse las puertas del elevador entramos en silencio y marcamos nuestro piso. Luego las puertas se cerraron. Al hacerlo,  mi hermana (su madre) y su abuela (mi madre) aguantaron sólo un par de segundos antes de romper en llanto.

Como soy el más alto, la reacción natural de ellas fue buscar cobijo en mi pecho y estrechar un abrazo. Poco después me incorporé. Fui quien más aguantó por la sencilla razón de que a ningún hombre le gusta que su vieja lo vea de esa manera,  pero siendo honestos creo que era yo quien cargaba con un nudo en la garganta desde hacía ya más tiempo.

Sin embargo, este no será otro de tantos artículos dedicados a las despedidas, las partidas, la emigración juvenil  y la fuga de cerebros. Ciertamente esta  es la tragedia de la clase media hoy en día, y al mismo tiempo un problema de disponibilidad de capital humano para la nación, pero creo que ya suficientes personas han escrito conmovedores o racionales piezas sobre esto. Hoy no me voy a quejar, hoy me propongo actuar.

Simplemente uso una despedida como punto de partida porque cada una de ellas me recuerda todo lo que está mal en este país.

Cada una de ellas me recuerda  al gobierno que tenemos y a  sus políticas que nos han llevado a esta crisis socio-económica y moral, como también me recuerda sus intenciones de ejercer completo dominio sobre la sociedad.

Cada una de ellas me duele porque me recuerda que mis sueños, planes y visiones corren el riesgo de morir solo por el hecho de permanecer aquí, y que permanecer en casa en búsqueda de dicho sueño (un mejor país) pondría en riesgo mi desarrollo personal, o peor aún, mi vida. 

Cada amigo, prima, pareja, pana y colega que se va me recuerda que estoy apostando a algo intangible, y que en algún momento me dirán: ¨¿Y tú, qué esperas para emigrar?¨. Y esa es apenas la realidad de la clase media. Quienes menos tienen deben lidiar con una inflación que les golpea más que a los demás, homicidios, escasez y falta de oportunidades en general. El panorama no es brillante para nadie.

Pero sobretodo, cada partida me recuerda que no hay una coalición civil lo suficientemente fuerte como para hacerle frente a un gobierno como este. Y eso es un gran problema, pues para muchos la desesperanza radica en el hecho de no ver en el bando democrático un bloque que pueda llevarnos a la victoria. Si tan solo hubiese alguna percepción real de unidad, de visión compartida, no importaría que tan dura fuese la lucha, la soportaríamos porque sabríamos que estamos juntos en esto, y eventualmente podríamos vencer. Pero hoy no lo estamos, y cuando la gente recuerda eso, las ganas de luchar se desvanecen.

Debo admitir la situación del país, las perspectivas y sobretodo las despedidas me habían afectado notablemente, como también probablemente a mucha gente. Sin embargo, hoy decidí transformar el desconsuelo en acción: No podemos esperar que dicha coalición se construya desde arriba. Debemos crearla desde abajo.

¿Qué hacer?

Recuerdo que hace más de tres años decidí incorporarme a un partido para contribuir a la lucha democrática. Hoy más bien me comprometo a fortalecer la sociedad civil. ¿Las razones? Las mismas. ¿El contexto? Muy distinto

En aquel entonces se venían unas elecciones. Pensábamos que de ellas dependería el destino de la nación. Tenía sentido apostar todo por una vía únicamente electoral.  Hoy el contexto es otro. Más autoritarismo, mayor crisis, y para colmo ausencia de liderazgo de lado y lado.

Desde hace un par de años estoy convencido que para enfrentar al gobierno se requiere fortalecer a la sociedad. Llámelo sociedad civil robusta, poder del pueblo u organización de base. Lo cierto es que las transiciones democráticas exitosas requieren necesariamente que el pueblo se organice para ejercer el poder, y así hacer frente a quienes manejan el Estado. 

En el entorno actual, donde contamos con un gobierno que controla las instituciones , pero al mismo tiempo los partidos de oposición que no logran ponerse de acuerdo , lo que necesitamos es un pueblo organizado (o sociedad civil, dependiendo de sus códigos) que tenga las siguientes características:

Verdaderamente independiente, que no se deje captar por grupos de interés, partidos o demás.

Plural, por cuanto la Venezuela que queremos construir debe ser abierta a todos, y por dicha razón la sociedad civil de ser representativa de la realidad social de nuestro país.

Capaz de reconciliar, pues la polarización y resentimiento es el primer obstáculo que tenemos hacia desarrollar una visión de país conjunta.

Organizada, pues un montón de organizaciones pequeñas no alcanzarán nada si permanecen atomizadas.

Capaz de moldear la opinión pública, pues solo de esa manera los partidos tendrán que ajustarse a lo que en verdad espera la gente organizada, ya que no hacerlo implicaría un alto costo político. Sólo así habría un factor externo que ejerza suficiente presión como para que los partidos obren en conjunto, por no decir que deberán seguir lo que plantee la sociedad civil.

El objetivo podría ser la reconciliación y la democracia, y tener como norte un mínimo de políticas que deba llevar a cabo el (cualquier) gobierno para presionar hacia su consecución. En general, asegurar que el Estado funcione como debe funcionar, y no como sus gobernantes digan que debe funcionar.

Los esfuerzos para crear dicha realidad pueden ir a través de unir actores independientes, crear un movimiento, apoyar nuevas organizaciones, planificar protestas, patear los barrios, salir a la calle o promover la reconciliación. Quizá todas simultáneamente, no lo sé.

Lo único que sé es que esto hoy no existe. Y como resulta fundamental para recuperar la democracia y construir una Venezuela democrática, plural y de progreso, no pienso quedarme de brazos cruzados a esperar a que surja de la nada.  

Hoy me comprometo a trabajar por una sociedad menos fragmentada, por una sociedad más civilizada. No todo está perdido, sólo hay que saber donde dar la lucha.

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Roddy Enrique Rodríguez
roddyrodriguez@gmail.com