viernes, 21 de octubre de 2016

El día que la autocracia competitiva dejó de competir

Regímenes híbridos, democracias no-liberales, autocracias competitivas y países parcialmente libres son algunos de los nombres que académicos, periodistas y organizaciones internacionales dan a esa desgraciada forma de gobierno que tiene vocación tiránica, pero que mantiene algunas apariencias democráticas con el fin legitimar en alguna manera la dominación del pueblo.

Independientemente de la polémica que generan dichos términos, o la dificultad que implica categorizar a un gobierno entre tres rangos de mejor a peor, a saber: Democrático, híbrido, o tiránico, no cabe dudas de que el caso venezolano hace muchísimo tiempo dejó de ser el primero, y se ha movido recientemente entre los últimos dos.

En algún momento hubo democracia, y bajo el gobierno de Chávez la misma degeneró en un régimen híbrido, degeneración que se ha acelerado precipitadamente bajo el régimen de Maduro, gracias al legado de control institucional que le dejó Chávez, la ausencia de carisma del actual presidente, y la crisis económica y social que golpea brutalmente al país.

Sin embargo, desde hace un par de años hasta nuestros días, se ha debatido si todavía podemos llamar el gobierno del PSUV como híbrido o “democracia enferma”, o si debemos llamarlo frontalmente dictadura.

La dificultad de hacerlo radica en que hasta ahora no había habido un hito que marcase dicha transición, ya que los procesos políticos son fluidos a lo largo del tiempo, y más aún los procesos de deterioro institucional. Las dictaduras rara vez se reconocen a sí mismas como tal, y pocas veces existe un decreto (a menos que haya golpe de estado) que marque el paso de un país parcialmente libre a uno completamente oprimido.

Y sin embargo, ayer fue un día que la historiografía debería marcar como el hito que simboliza el paso de un régimen híbrido a una tiranía.

Hasta el año 2015, cuando hubo elecciones parlamentarias, todavía se consultaba al pueblo. Sin embargo, el año 2016 marca un hito en la transición de régimen híbrido hacia una tiranía en el sentido que se desconoció al pueblo en forma continuada a través de sentencias del TSJ que anulan a la Asamblea Nacional, máxima representación de la pluralidad de una nación, y ayer en forma abrupta a través una decisión del CNE que suspende Referendum Revocatorio, mecanismo legítimo y legal de expresión verdadera del pueblo.

El demos, por tanto, ya no tiene poder formal. Ha muerto por completo la democracia.

Por tanto, los pocos elementos democráticos que hacían “híbrido” al régimen desaparecieron por completo, quedando sólo los autocráticos. La “democracia iliberal” ya no tiene nada de democracia, y la “autocracia competitiva” dejó de competir, quedando entonces autocracia pura y dura.

Si bien nunca se dudó de la vocación autocrática e incluso totalitaria del PSUV, es hora de que tampoco dudemos del nombre de la presente forma de gobierno. Ya ni siquiera la desgraciada “autocracia competitiva” sirve para describirnos, sino que el mundo y los ciudadanos venezolanos debemos, al unísono, categorizar a esto como dictadura o tiranía.

A partir de allí, la unidad en diagnóstico de la sombría realidad que aqueja a Venezuela permitirá plantear cursos de acción más pertinentes. Si bien antes mencionamos que el pueblo ya no tiene poder formal, porque así lo decidido la formalidad chavista, la gente preserva todavía el poder más importante, y es aquel poder informal que significa ser una gran mayoría dispuesta a rescatar la democracia, siendo capaz de sobrepasar los obstáculos formales que imponga el PSUV.


La esperanza de millones se encuentra en manos de los dirigentes de oposición. Ojalá la sabiduría ilumine sus estrategias, y se logre revertir esta perversa degeneración de la institucionalidad democrática, social, cultural y económica en el menor tiempo posible. Venezuela y el mundo así lo reclaman.